La Abadía Benedictina del Niño Dios
Por Carlos Sforza

   En medio de un paisaje que en su quietud hace recordar un ambiente bucólico, con vista hacia la faz cambiante de las islas -ora inundadas ora abiertas en pajales interminables-, con valles de un verde ondulante, con colinas que muestran sus lomos elevados como resguardando la comarca, con umbrosos árboles, se levanta la Abadía Benedictina del “Niño Dios”. Su “PAX” que recibe el peregrino que se allega al monasterio, no es sino el pórtico acogedor que enseña exteriormente la calidez, la tranquilidad, la presencia de lo sagrado que ofrece en su interior.

Orígenes
   
   En 1896 Don Abraham Bartoloni fundó la Sociedad Protectora de Enseñanza Cristiana para instalar en estos pagos entrerrianos de Victoria, una Escuela Agrícola-Industrial.
   Nombrado Obispo de Paraná Monseñor Rosendo de La Lastra, aquel hombre ilustre que fue Don Abraham Bartoloni, escribió a sus amigos del comité de Propaganda Católica de Paraná para que intercedieran ante el nuevo diocesano a fin de que éste realizara las gestiones parta la instalación de los benedictinos en nuestro suelo.


   Monseñor de La Lastra, en 1898 en el Templo de Luján pedía a la Virgen religiosos para la Provincia de Entre Ríos. Al levantarse del reclinatorio se encuentra con el Padre Juan P. Arbelbide y al contarle lo que había solicitado en su oración, éste ante el asombro del Obispo le dice: “Yo creo que la oración de Su Señoría será escuchada. Soy amigo personal del Abad de una grande Abadía en el país vasco francés. Es un apóstol y se halla al frente de una numerosa comunidad. Es preciso escribirle”.
   Así lo hizo el diocesano y se carteó con el Abad de Belloc Don Agustín Bastres OSB. Al final, como respuesta, el anciano Abad mandó de punta de lanza a los padres Fermín Ospital y Gerardo Harán, acompañados por el hermano Ildefonso Irigoyen. En abril de 1899 los tres monjes llegan a Victoria.
   El 27 de julio de ese año, la comunidad de Belloc se reúne en la Iglesia Abacial para la solemne despedida del contingente mayor. Cuentan los que vivieron aquellos momentos que a Don Bastres “la emoción lo embarga y lo vence totalmente. Las lágrimas corren por el surcado rostro y se le anuda la garganta…”. Cuatro sacerdotes, tres estudiantes de Teología y dos de Humanidades, cuarto hermanos conversos y nueve postulantes conversos es el grupo que parte. Bayona, Burdeos, Buenos Aires, Victoria.
   La tarde de lomadas y ríos del 29 de agosto de 1899 los vio llegar a la Estación de nuestra ciudad. Las autoridades, los miembros de la Sociedad Protectora de Enseñanza Cristiana, la “gente buena del pueblo mío”, los recibieron triunfalmente.
   El 30 de agosto, de madrugada, en un coro improvisado -salita de cinco por cinco- la comunidad benedictina rezó su primer oficio canonial y celebró su primera Misa conventual. Era el acta de nacimiento de la familia de monjes del Niño dios, en Victoria.

Ora et labora

    Oración y trabajo. Esta es la norma de los monjes benedictinos. Y la cumplen en sus aspectos más diversos, continuando con la regla que estableciera el fundador San Benito.
   Pieter van der Meer de Walcheren refiere que “existe una antigua tradición según la cual Dios ha prometido a nuestro Santo Padre Benito que su orden subsistirá hasta el fin del mundo” (“Benito de Nursia”, p. 126). Y desde el año 500, los benedictinos, fieles al rumbo fijado por el Patriarca de Occidente, han hecho de sus vidas oración y trabajo. Y también, por supuesto, los que desde la Abadía Madre de Belloc anclaron en las colinas victorienses. 

Vida Litúrgica

   En la abadía se advierte la vida litúrgica acorde con la tradición benedictina y su adaptación al tiempo presente. La oración en el Coro resume el carácter social y la importancia de la misma. Es la Oración de la Iglesia. Allí los monjes, en derredor del Abad, entonan la Oración de Cristo. Participar de ese acto litúrgico y de la Misa conventual, transporta a los fieles a un mundo en el que la vida monacal late y se expande por todo el ámbito sagrado y penetra en los corazones de quienes tienen la suerte de estar allí.

Apostolado

    Los benedictinos de Victoria extienden su labor sacerdotal a la Parroquia de la ciudad, a las Capillas del Departamento y a numerosos lugares de Entre Ríos, de donde permanentemente son requeridos. Es una acción que en la provincia ha dado sus frutos a lo largo de los ochenta años que van desde su llegada a las colinas comarcanas.  Albergue de peregrinos   Uno de los motivos de la instalación de los monjes en Victoria fue el establecer una Escuela Agrícola. En 1901, los benedictinos habían inaugurado en un caserón provisorio de techo de paja, el Colegio Agrícola. En 1905, salían de él los primeros egresados con el título de Peritos Agrónomos.
   Desde 1922 se otorgó un nuevo título: Tenedor de Libros -rama comercial-, y desde 1933 funcionó una sección anexa de enseñanza elemental gratuita.
   Actualmente, conforme con la tradición originaria, la Abadía es la propietaria del Instituto Privado “John F. Kennedy” que funciona en el centro de la ciudad de Victoria, con rama primaria y secundaria en la especialidad de Escuela de Comercio.

Los monjes de María santísima

   Así los llamó el Obispo de La Lastra pues su venida surgió después de orar ante la Fermín Ospital y Gerardo Harán. Y para Victoria saber que los benedictinos están anclados en la antigua quinta del doctor Remigio Bavo, es un orgullo. Porque ya son parte de nuestro pueblo y porque los monjes de Nuestra Señora están para siempre en el corazón de los victorienses.

Productos monacales

   Los monjes, fieles a la regla del Fundador, a la oración unen el trabajo. La apicultura es uno de los aspectos destacados en la labor de los benedictinos de nuestra ciudad y, como consecuencia de ello, los productos de dicha actividad se comercializan y como regionales, son requeridos en todo el país: jalea real, miel, etc. A ello se suma el licor “Monacal”, con fórmula propia y que aparte de surtir al mercado interno de la Argentina es exportado.